Archivos Mensuales: febrero 2021

Cuarenta años ya

Mañana hace cuarenta años que un grupo de guardias civiles asaltó el Congreso de los Diputados dando un golpe de estado que al final no se llevó a cabo.

Independientemente de las investigaciones, de los artículos y libros escritos sobre el tema, cada uno de nosotros tiene sus propios recuerdos de ese día.

Yo estaba de viaje hacia mi puesto de trabajo y tuve que cruzar media España, Madrid incluido, para poder llegar hasta éste.

Los sentimientos encontrados que aquel día y los posteriores sentí forman una amalgama entre el humor y el pánico que hoy, al recordarlo, me hace torcer el gesto en una sonrisa pues nunca antes había tenido noción de que han transcurrido tantos años.

De repente me doy cuenta de que ya no soy aquel que con una bolsa y una muda, dejando mujer e hijo en otra ciudad, montaba alegremente en el tren para ganarme el sustento y tratar de buscar un buen porvenir con un buen empleo. Si tuviera que medir los kilómetros recorridos en aquella época, creo que habría dado la vuelta al mundo varias veces. Y eso sin hablar del capital que gastábamos en conferencias telefónicas.

Durante casi dos años dormí muchas noches en una de aquellas antiguas literas del Rías Bajas y en alguna de las butacas del tren diurno en viaje de vuelta. De la soledad entre viajes me salvó vivir en casa de mis padres y leer. Solo la lectura conseguía evadirme de la tristeza de la separación forzada a que las circunstancias nos sometieron.

Pero al fin todo pasa y hemos llegado hasta hoy, obviando todas estas situaciones que sin querer o queriendo nos han marcado durante el camino.

Nunca sabremos ciertamente qué llevó al golpe y a su fracaso pero yo tengo la certeza de que no fue un acto inopinado sino muy planificado. El ejemplo: existían listas elaboradas de sindicalistas y afiliados a partidos de izquierda que fueron desveladas por la prensa de la época una vez pasado el primer miedo.

También esto es síntoma de vejez pues dicho recuerdo ha aflorado al recordar los días posteriores al golpe y saber que aún hoy existen personajes que no dudarían en volver a rehacer las listas de quienes seguimos creyendo en la democracia.

Pero si hemos llegado hasta aquí, quién nos dice que no podríamos superar nuevamente otro susto como aquel, aun teniendo los años que tenemos.

La veteranía sigue siendo un grado.

Turno de vacunación

A día de hoy hay pululando por el mundo al menos media docena de vacunas contra este virus que nos viene atacando desde hace más de un año.

En diciembre pasado comenzaron con las vacunas a los mayores de las residencias de ancianos, considerados como de alto riesgo.

Las vacunas están llegando a todos los países con cuentagotas y los cálculos más optimistas dicen que se completará el programa de vacunación en menos de veinte meses, calculando al ritmo actual de recepción y vacunación en nuestro país.

Mientras tanto estamos asistiendo a los desacuerdos de los gobiernos con las farmacéuticas que las fabrican, con las cuales firmaron en su momento unos contratos que no parecen muy claros, o que cuando nos los dan a conocer al gran público, los enseñan con tachones, capados, aduciendo que son cosas que no interesan nada más que a los firmantes.

De modo que la alternativa es esperar a que nos llegue el turno de vacunación y mientras tanto seguir con la mascarilla puesta y con el miedo a todo aquel con quien te cruzas en la calle.

Después de los de las residencias van a proceder a vacunar al personal médico de primera línea, a los de segunda línea, a los mayores de ochenta, etc. eso sin contar a los caraduras que no han podido reprimir su miedo y se han servido de trucos para ser vacunados. Corramos un tupido velo pues con la iglesia hemos topado amigos.

Así que siendo optimista, aquellos que tenemos entre sesenta y setenta seremos los últimos de la horquilla de vacunación ya que hay vacunas en el mercado que no son recomendables para este grupo de edad.

Y mientras tanto, pues hay gente para todo, se están poniendo de moda los famosos test para saber si estas o estuviste o no estás contagiado a un precio módico, realizados en farmacias, carpas o grandes superficies por entidades privadas.

De manera que mientras no nos vacunen, el miedo o la curiosidad de la gente llenará los bolsillos de laboratorios, farmacéuticas y similares.

Si esto no es un despropósito, decidme qué demonios es. Decidme para que sirve hacerse una prueba. Si eres positivo lo tienes y que haya suerte. Si eres negativo sigues en peligro de contagio y que haya suerte.  A menos que tengamos que desplazarnos de nuestro lugar a otro, y lo exijan las autoridades, me parece una barbaridad.

Es mi opinión personal. Soy partidario de la vacuna, creo que el virus es realmente cierto, creo que me puede matar si me contagio, creo en fin que es algo peligroso e inconmensurable. Pero de ahí a dejarme marear por quienes pretenden salvarme con un test va un verdadero abismo.

Cambios imperceptibles

Siempre he sido una persona conformista, aunque bastante reacia a los cambios bruscos. Aún me sorprendo de cómo pude estar interno durante tres años y pico sin que se rompiera mi personalidad. Incluso salió reforzada y casi casi definida.

Pero estamos viviendo en una situación tan extraordinaria que los cambios se están produciendo de manera que no los vamos notando hasta que no se han producido. Por ejemplo llevar mascarilla. Desde que comenzó la pandemia hemos ido llevando mascarilla, hemos ido separándonos de los otros transeúntes, hemos comenzado a guardar cola en establecimientos, en transportes públicos…todo un reto que vamos superando sin que aparentemente cueste trabajo.

Pero no están fácil llevamos mascarilla por miedo al contagio, respetamos esas formas por miedo al contagio y aún así no nos creemos lo que está pasando. Tiene que caer la bomba para que sepamos que estamos constantemente en peligro, si no, no lo detectamos.

La pregunta no es cuándo acabará esta pandemia, pues las vacunas están ahí y tarde o temprano nos vacunaremos. La pregunta es qué va a quedar igual que antes.

Superamos la primera fase en casa. La segunda fase la superamos abriendo espacios entre nosotros en playas, cines, comercios, bares, etc. La tercera fase es una anarquía disimulada. Los comercios mantienen las limitaciones de aforo, sí, pero entramos en ellos sin ningún reparo. Nos hemos acostumbrado al gel de la entrada y a probarnos la ropa sin pensarlo dos veces. Los bares están cerrados pero siguen sirviendo para llevar. Las calles están llenas de gente pero al atardecer la ciudad parece un lugar fantasmal pues hay un toque de queda para el cierre de comercios que condiciona nuestra presencia en las calles.

Apenas si muevo el coche o la moto porque no se puede salir del entorno perimetral de la ciudad y dar vueltas por las calles como hacíamos cuando sacamos el carnet de conducir no resulta práctico. No hay gimnasio y caminamos al menos una vez al día con el fin de no entumecernos. No se puede ir al médico porque el ambulatorio está vedado y únicamente asistimos ahí los que tenemos una enfermedad crónica que necesita seguimiento. De modo que todo son cambios con relación a la situación anterior a la pandemia.

Hace cincuenta años conseguí salir del internado y a parte de lo aprendido, se reforzaron puntos importantes de mi persona que me permitieron llegar hasta aquí, hasta este momento. Ahora me propongo que cuando esto termine, a pesar de los cambios pueda decir lo mismo, sentir lo mismo y aprovechar lo aprendido.

Pero tengo una terrible duda que no me abandona ni un momento: ¿No estaré cambiando sin apenas notarlo?