Archivos Mensuales: noviembre 2017

Otoñal

CAIDA INMINENTE.

Un viento de otoño

frio e insistente

arrancó las hojas

de las alamedas,

dejando sus ramas

impúdicas, yertas,

sin más cobertura

que su dura piel.

Ahora ya no anidan

gorriones en ellas,

que apenas si ofrecen

tenue protección

y las tristes ramas

añoran sus trinos,

sus algarabías,

su perturbación.

Ya no queda nada,

se avecina el frío

y como los álamos

habrán de invernar

aquellos amores

que un día nacieron

a su sombra fresca

en total libertad.

Un viento de otoño

nos sacudirá

quedando las almas

expuestas al frío,

igual que las hojas

al suelo caídas,

y a los cuatro vientos

las esparcirán.

 

Ventilando

Estoy francamente acojonado. Sé que suena fuerte, pero es así. Estos días estamos asistiendo a nivel mundial a una serie de escándalos que han levantado las alfombras de miles de casas y han dejado al aire abusos, traumas y acosos múltiples que han hecho caer de su pedestal a figurones de la actualidad.

No se ha librado nadie. Sacerdotes, sicólogos, fotógrafos, actores, productores, todos ellos han sido puestos al descubierto y sus rijosidades han servido para alimentar el morbo de la población. No contentos con tener la gran vida, quisieron más y así han llegado a este punto, donde todo está ventilado y aireado.

Pero mi acojono viene dado por ese posicionamiento de las víctimas, que han comenzado a salir de debajo de las piedras, denunciando sus vejaciones y señalando con el dedo a sus acosadores en todos los medios de divulgación. Estoy sin estar en mí pensando que alguna de mis compañeras de guardería pueda denunciarme como acosador o como algo peor, porque cuando jugábamos inocentemente le mordí el culete a alguna de ellas.

Vaya por delante mi apoyo y respeto a todas cuantas personas han sido vejadas y mancilladas por esas gentes que han abusado de su posición social. Nunca me posicionaría en contra de quienes han tenido la valentía de reconocer esos hechos, aun sabiendo el perjuicio que les puede ocasionar ya que nuestra sociedad es tan voluble que hoy apoya al vejado y mañana apoyará al vejador sin ningún género de dudas.

Pero me parece llamativo cuando menos el hecho de que todo haya salido a la luz en tan poco tiempo, como si hubiera prisa en dar a conocer tanta iniquidad, como si temieran que una vez pasado el momento, nadie vaya a escucharles. O que las redes sociales encuentren otro nuevo tema que eclipse éste y todo quede en un bluf.

Los delitos que se han denunciado estos días nunca deberían prescribir. Una persona que ha pasado por ese tipo de situaciones tiene en su espíritu una herida que nunca cicatrizará del todo y que puede incluso amargarle la vida a el y a los suyos que desconocen el hecho. Un trauma difícil de olvidar. El acoso nunca debería quedar impune, ni en los colegios ni en la vida real. Una sociedad sana es aquella que se enfrenta a los problemas y les busca solución.

Reitero mi apoyo a cuantos han sido vejados, tengan o no el valor de decirlo públicamente y espero que nunca se repitan estos desmanes y podamos mirar al futuro con cierta garantía de seguridad. Por cierto, nunca fui a la guardería, en mi época de preescolar no existían, pero sí existía el acoso en los recreos a los más débiles y de eso si podría hablar largo y tendido.

Hartazgo

Hace ya muchos años, tantos que apenas recuerdo los motivos, todos los viernes había una manifestación de los vecinos de un barrio. Estaban reivindicando algo y cortaban el tráfico, causando con ello embotellamientos, retenciones y cabreos entre los conductores particulares y usuarios de los servicios públicos de transporte.

En esa época yo ejercía de padre taxista transportando niños desde el campo de entrenamiento hasta casa. Y todos los viernes al regresar, teníamos que atravesar dicho barrio y nos veíamos atrapados en el ejercicio de protesta de los vecinos.

Como mis clientes eran todos menores y no podía enseñarles (aunque me temo que ya sabían mucho) una consigna soez, se me ocurrió  que cuando nos quedábamos atrapados corearan algo así como: “Estoy hasta el copón de manifestación”.

Tampoco recuerdo si lo llegaron a corear o si en algún momento lo hicieron y si ponían algún entusiasmo en ello, ya que era viernes, habían terminado las clases y podían trasnochar algo más que el resto de la semana.

En el momento actual ejerzo de jubilado y me veo inexorablemente atrapado por los noticieros nacionales, por la radio y por la prensa, amén de internet en la vorágine del espejismo independentista que unos iluminados han pretendido colarnos de rondón.

Me diréis que tiene fácil solución: no lo veas, no les hagas caso, busca otros entretenimientos, ignóralos con el látigo de tu indiferencia, etc. pero sinceramente no me veo capaz ya que el asedio informativo es de tal calibre que ni aun siendo ciego y sordo te puedes librar de ello.

Así que desempolvando el viejo eslogan y modificándolo, voy a poner en mi balcón una pancarta que diga: “Estoy hasta el copón del procés de Puigdemón” y de paso de todos los que lo rodean sacando tajada de los alucinados por el espejismo.

Sé que no sirve para mucho, pero al menos me sentiré en paz conmigo mismo porque no se puede callar eternamente ante ninguna forma de abuso. Y lo de estos elementos lo es.

Cultura general.

Estos días pasados leí en una revista un artículo referente a Carl Marx, autor del famoso libro El Capital. Junto con detalles de su vida privada, referentes a su aseo, comportamiento, enfermedades, etc. venía uno que me llamó poderosamente la atención.

Como todo el mundo sabe, El Capital es el libro teórico de la doctrina comunista, el que ha inspirado tantas y tantas revoluciones, por cuyas ideas se ha vertido casi tanta sangre como por otro libro teórico: La Biblia.

Y me llamó poderosamente la atención que su autor nunca haya visitado una de las fábricas de su época, ni siquiera para comprobar las condiciones en que se desarrollaba la segunda revolución industrial. Incluso dijo que él no era marxista ni mucho menos.

De familia noble, cuando se le acabaron los recursos de la herencia familiar, tuvo que vivir de una renta que otro mecenas, Engels, le pasó de por vida ya que su libro no le dio para vivir.

Estos mismos días estamos asistiendo al famoso proceso independentista catalán. Sus teóricos, educados todos ellos, con varios idiomas, con discursos vacíos y con un capital considerable cuyo origen desconozco, han embaucado a una parte de la población catalana, vendiéndoles una idea que ni ellos mismos se creen.

Eso sí, se han cuidado muy mucho de dejar claro que son oprimidos por un estado que no respeta los derechos democráticos. Ellos, que han huido hacia delante, que lo primero que han intentado es que no les caiga el peso de la ley, tratando de internacionalizar sus problemas personales con el estado vigente.

Todo esto me lleva a reconocer que yo no he leído El Capital, medio he leído La Biblia y sí, varias veces, he leído La Constitución Española y además El Quijote y Cien años de soledad, por poner algún ejemplo.

Me pregunto si todos esos independentistas habrán leído al menos la Constitución Española, o El Quijote. Si lo hubieran hecho a buen seguro que no habrían llegado a liderar tamaño desmán. Lejos de intentar ser independientes, se habrían dado cuenta que vivimos en un país en el que aún se puede vivir y a pesar de los malos gobiernos, la gente sigue sonriendo con los chistes que gobierno e independentistas nos proporcionan cada día.

El día que el pueblo pierda el humor, volverá a tomar la Bastilla, las Ramblas, la Gran Vía y vuestro olor a colonia cara se verá superado por otro olor: el del miedo a perder los falsos privilegios  que os habéis creado a medida. ¡¡¡ Badulaques, intrigantes, sinvergüenzas!!!